miércoles, noviembre 23, 2005

¿Se puede un palomazo, carnal?

Toco en una banda y pocas cosas me producen más placer. Y es que tocar en una banda, con un concepto definido, con un camino trazado, con compañeros talentosos, resulta un privilegio. Subirse al escenario y tocar durante una hora un repertorio previamente calculado —no todos lo saben— es consecuencia de mucho trabajo. Y no me refiero solamente al tiempo invertido en los ensayos. Que cuatro personas logren hacer hablar a sus corazones es siempre el resultado de mucho años dedicados al desarrollo de un oficio.

¿A qué viene todo esto? A una suceso frecuente en el ambiente del blues en México. Está uno en el escenario, entregado en cuerpo y alma a lograr un puente emocional con el público, y aparece un personaje, generalmente armado con una armónica, a pedir un palomazo. ¿Entenderá cabalmente este señor lo que pide y, a veces, exige? ¿Pasará por su cabeza que pide demasiado? ¿Imaginan ustedes la reacción de un pintor si yo llegará a exigirle, con pincel en mano, mi derecho a realizar algunos trazos sobre su lienzo? ¿O si en un “pas de deuxe” en Bellas Artes, tocara yo el hombro del bailarín para que me cediera algunos compases con la dama?

Pues bueno, invitados el otro día —Las señoritas de Aviñón y Vieja Estación— a un festival de blues en Morelia (¡Ay, ciudad tan deliciosa!), fuimos abordados por este caballero que pedía “un palomazo”. Por las razones antes expuestas, ambas bandas dijimos no. Y es que ninguno de nosotros había escuchado antes a aquel señor. ¿Tocaría bien? ¿Habría química en el escenario? No teniamos ninguna intención de averiguarlo.

Lo inólito de esto vino después, en una agresiva reacción del soplador de armónicas, perdón por la expresión, pero al músico de verdad no lo hacen sus dedos o sus pulmones. El músico vive en su capacidad de comunicación. Un músico, toque blues, jazz, rock and roll o cumbias, nunca mendiga el escenario. Los artistas no piden, los artistas ganan sus espacios. Así que hoy, hago pública una declaración:

Así como en mi cama sólo me acompaña quien yo quiero, a mi escenario no se subirá jamás quien no me haya comprobado previamente sus credenciales y, lo más importante, que me apetezca.